Durante siglos, Bután vivió aislado del resto del mundo, protegido por las montañas del Himalaya y una fuerte voluntad de preservar su identidad cultural. Fue en 1974, con la coronación del cuarto rey Jigme Singye Wangchuck, cuando el país decidió abrirse al turismo, pero a su manera.
Bután apostó por un modelo basado en el lema de “alto valor, bajo impacto”, priorizando el respeto por su entorno, su cultura y su gente.
El primer hotel del país, el Hotel Motithang, se construyó en Timbu precisamente para alojar a los primeros visitantes oficiales, en 1974. Desde entonces, el país fue desarrollando poco a poco una red de alojamientos, pero siempre con límites claros, se prefería la calidad a la cantidad, la experiencia al consumo.
El nacimiento de las farmhouses

Gracias al creciente interés por el lado más auténtico y rural de Bután, muchas familias empezaron a abrir las puertas de sus casas tradicionales para alojar a viajeros curiosos. Así nacieron las farmhouses, casas rurales, muchas con más de 100 años de antigüedad, que ofrecían algo que ningún hotel podía garantizar del todo: convivencia, cercanía y una ventana a la vida cotidiana butanesa.
Con el tiempo, y especialmente a partir de los años 2000, la apertura por parte del gobierno de las farmhouses fue creciendo, y hoy en día, existen cerca de 140 alojamientos de este tipo, distribuidos por los principales valles de Bután.
No son hoteles ni pretenden serlo. Son casas donde el viajero es un invitado más, no un cliente. Donde te alejas del ruido, de la prisa, de las notificaciones. Donde te acercas a algo más esencial, como disfrutar de una conversación con el abuelo de la familia, que te explica entre gestos y sonrisas su visión del mundo. Donde disfrutas del peculiar olor del té salado de mantequilla mientras se calienta al fuego lento de la chimenea. Donde observas cómo se prepara el baño de piedras calientes que vas a disfrutar después de un trekking de medio día. Donde paseas por los alrededores de la casa, observando el entorno, escuchando los pájaros, oliendo la naturaleza que te envuelve.
¿Por qué elegir una farmhouse?
Alojarte en una farmhouse es entender que en Bután, el lujo puede ser simplemente estar presente. Este modelo no solo ha generado ingresos para las familias locales, sino que ha permitido distribuir mejor los beneficios del turismo y ha conseguido descentralizarlo, contribuyendo de una forma considerable a reducir el impacto ambiental.

Si estás planeando un viaje a Bután y sueñas con algo más que hoteles convencionales, dormir en una farmhouse tradicional puede ser una de las decisiones más especiales de tu ruta. Este tipo de alojamiento te permite vivir el país desde dentro, compartir momentos con una familia local y comprender mejor el ritmo de vida butanés.
Las farmhouses en Bután nos recuerdan que el viaje no solo está en los destinos, sino en las personas que nos reciben. Que a veces, lo más valioso no es lo que vemos, sino lo que compartimos. Porque en Bután, dormir bajo un techo de madera de una casa tradicional centenaria, puede ser la parte más luminosa del camino.

Yo tuve la suerte de alojarme en dos farmhouses y la experiencia de vivir con ambas familias durante tres noches fue inolvidable. Tuve la sensación de estar yendo a visitar a una familia lejana después de años sin verles. Te recibían con la mejor de sus sonrisas, te preparaban la habitación con las mejores mantas, te encendían la estufa un rato antes de irte a dormir, echaban leña a la chimenea para que no faltara calor y te daban de comer y beber mientras hablaban de la vida, las costumbres y los hijos que se habían marchado lejos a estudiar.
Tras varias horas conversando y viendo anochecer desde los ventanales del salón, me di cuenta de que había un televisor coronando una de las paredes de la sala. Debía de llevar años apagado.