Aviones en la pista de aterrizaje en el aeropuerto de Paro, Bután (Bhutan)

¿Te atreves a volar a Bután? Paro, el aeropuerto más temido

Cuando empecé a preparar el viaje a Bután, me puse a leer en internet, y en todos los posts y artículos se repetía lo mismo, el Aeropuerto Internacional de Paro es uno de los más peligrosos del mundo. Apenas una treintena de pilotos tienen licencia para aterrizar allí, ya que hace falta un permiso especial por la peligrosidad del lugar. 

¿Por qué es tan peligroso aterrizar en Paro?

Un pequeño valle rodeado de montañas de hasta 5.000 metros de altura, hace que maniobrar para el aterrizaje sea especialmente delicado. Con las alas del avión acariciando muy de cerca las montañas mientras desciende, este aeropuerto desafía a los pilotos por su pista corta, de apenas dos mil metros de longitud y su aterrizaje manual. Solo se vuela de día, a primera hora de la mañana generalmente, y con unas condiciones de visibilidad óptimas, ya que la pericia y la intuición del piloto son claves. Los giros que hace son manuales, teniendo como referencia un templo, un bosque o una hilera de casas para hacerlos.

Es el más peligroso, puede, pero también es de los más bonitos que he visto y aterrizar en esa pequeña pista escondida en el valle de Paro, que aparece solo cuando el avión gira por última vez antes de terminar de descender, es una experiencia única que le da aún más valor al inicio del viaje. 

Trayecto en avión junto a los Himalayas rumbo a Bután (Bhutan)

Tuve la suerte de conocer a uno de los pilotos que trabaja para una de las dos compañías aéreas que operan en ese aeropuerto, DrukAir. Mientras sobrevolamos los Himalayas, nos dieron permiso para entrar en cabina y poder ver desde los ojos del piloto, el monte Everest, rodeado de silenciosas montañas blancas, que asomaban por encima de las nubes. Fueron unos minutos muy emocionantes porque el Everest lo he visto en muchas fotos, pero nunca desde esa perspectiva. Parecía que estuviera esperando a que entráramos en la cabina para verlo pasar a cámara lenta, por el lado izquierdo de la ventanilla del avión.

Tras unas cuantas fotos y muchos abrazos a la tripulación, que se salió de la cabina para dejarnos espacio a nosotros, nos fuimos al asiento a ponernos el cinturón. “En breves momentos comenzaremos el descenso”, decía el piloto en inglés, después de haberlo anunciado en dzongkha, el idioma oficial de Bután.

Una vez nos abrochamos los cinturones, desde el lado izquierdo del avión, que es el bueno para poder ver el Everest a mitad de trayecto, esperamos impacientes el descenso. Estaba ansiosa por descubrir ese famoso aeropuerto al que tanto se teme. No ves una pista a lo lejos como en otros aeropuertos, porque el de Paro no es visible hasta el último momento, hasta la última curva. Estás volando a solo unos cientos de metros sobre casas, templos y colinas. Cuando el avión empieza a perder altitud, no lo hace en línea recta, serpentea entre picos de miles de metros de altura. La cabina se inclina hacia un lado, luego hacia el otro. No son turbulencias, son maniobras intencionales.

Justo antes de aterrizar, el avión hace un giro brusco de casi 45° hacia la izquierda para alinearse con la pista. Este giro se realiza a muy baja altitud, y por la ventana puedes ver los tejados de las casas casi al alcance de la mano. 

El interior del avión está en silencio, solo se oye alguna cámara de fotos, gente con sus móviles intentando grabar algo imposible y palabras de asombro cuando por fin se ve asomar la pista. Es la recta final, solo hay una oportunidad en apenas unos pocos cientos de metros. El avión frena y se escuchan suspiros, risas y algún que otro aplauso, esta vez merecido. Minutos después sales del avión y te encuentras con un paisaje de otro mundo, montañas blancas, aire puro, arquitectura tradicional y banderas de oración ondeando en la brisa. Y piensas: wow, ha valido la pena.

¿Miedo a volar o miedo a no hacerlo?

Cuando me preguntan si no me da miedo volar, siempre respondo lo mismo, tengo miedo a no volar. Volar es viajar, volar es libertad y volar al aeropuerto de Paro a pesar de las dificultades que supone aterrizar entre montañas, es una experiencia única. No se me ocurre mejor forma de comenzar un viaje que aterrizar entre montañas, en un valle rodeado de casitas de madera con tejados verdes, rojos y amarillos, donde te dan la bienvenida con sus pañuelos de oración o Khata y la mejor de sus sonrisas. 

Miedo a no volver a volar, ese es mi único miedo.

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